En diciembre de 2012, empecé a colaborar en “Ibiza Family
Magazine”. Carlota Centelles y Tita Tur, periodistas y amigas, habían montado
esa página, hacía ya algún tiempo, con muchas ganas y muchísimo cariño. Una
página enfocada a familias con niños, tanto para residentes en la isla, como para
los que vienen a Ibiza de vacaciones.
Una tarde de invierno, mirando qué cosas nuevas habían
colgado, se me ocurrió proponerles hacer una sección de música. Música que a
los niños les pudiera gustar, pero que no fuera música hecha especialmente para
ellos. Siempre me ha dado un poco de grima la llamada “música infantil”. A los niños les gustan muchísimas cosas y a
ciertas edades, esas cancioncitas azucaradas, les pueden llegar a parecer un
insulto a su joven inteligencia.
A estas dos chicas entusiastas, les gustó la idea y me
dieron rienda suelta.”¡Claro que queremos! Envíanos cosas cuando te parezca
bien. Tú, a tu ritmo” contestaron. Y “Tú, a tu ritmo” se quedó como título de
mi sección.
Lo que empezó siendo una aportación cada tanto, a mi ritmo…,
ha acabado siendo una sugerencia semanal, porque ahora tienen, además, un
espacio en “Radio Ibiza-Cadena Ser” y finalizan sus recomendaciones semanales
con la canción que yo haya propuesto. Cosa que me hace mucha ilusión.
Me hace ilusión porque uno de mis sueños de jovencita era
tener un programa de radio. Pasaba tardes enteras grabando cintas de casete,
imaginando que mi voz salía por las ondas, poniendo mis canciones favoritas en
el tocadiscos y pegando la grabadora a un altavoz para que la música se grabara
lo más decentemente posible. Sonrío al recordarlo. Se me pasaban las horas como
si fueran segundos, me encantaba. Pero mis sueños radiofónicos se fueron un día
al traste. Me di cuenta de que padezco, algo así como, pánico escénico:
Hace mil años trabajé como azafata de tierra, en el
aeropuerto de Ibiza, para una compañía aérea inglesa. Una tarde, mis muy
peculiares jefas, me dijeron que fuera a megafonía a comunicar un retraso. No
era mi trabajo, pero, por lo visto, no les gustaba el acento que tenían los
profesionales del tema. Así que crucé
todo el aeropuerto abarrotado de gente hasta llegar al departamento de
megafonía. Con mi juventud e
inexperiencia, les pedí que por favor me dejaran dar a mí aquel aviso. Imagino
que no les gustaría demasiado eso de que viniera alguien de fuera a hacer su
trabajo, pero yo acataba órdenes y me dejaron hacer.
Estaba de turno una mujer, muy relajada, que mientras
anunciaba lo que tuviera que anunciar, iba haciendo ganchillo como si estuviera
en su casa. Frente a ella había una mesa, un micrófono, un aparato con botones
y un ventanal amplio mirando a la pista de aterrizaje y a las salinas. Unas
vistas preciosas. Me acercó el micrófono y me explicó qué botones presionar al
empezar a hablar y al acabar. Y allí me vi, de pié, vestida de azafata, con
gorrito y todo, agarrando un papelito con los datos del vuelo, con un micrófono
delante y mirando con ojos perdidos a través del ventanal.
Pronto mi mente
traicionera dejó de ver las salinas y se fue al interior del aeropuerto. Mi
imaginación me hacía ver nítidamente aquella sala de embarque, que yo acababa
de cruzar, tan llena de gente. Gente que estaría atenta a las palabras que yo iba a pronunciar. Gente que escucharía mi voz.
¡Mi voz!... Apreté el botón con el dedo tembloroso y me quedé paralizada. La
tráquea se cerró como si tuviera una compuerta de hierro y fui incapaz de
emitir una sola palabra. Ni un sólo sonido. ¡Nada!
La mujer que tricotaba sin cesar, al percatarse de aquel
eterno silencio, se giró a mirarme y sin inmutarse lo más mínimo, me quitó el
papelito de las manos, movió el micrófono hacia ella y anunció el retraso con
una tranquilidad pasmosa, retomando inmediatamente su tricoteo. Incluso diría
que no dejó en ningún momento de tricotar.
“Adiós y gracias” fue lo único que acerté a decirle, después
de un buen rato, cuando mi tráquea se recuperó. “Adiós, guapa…!” soltó con
cierto rintintín.
Con mis tacones, mi gorrito y mi supuesto buen acento inglés,
salí por la puerta y no volví jamás. ¡Qué patético fracaso…!
Después de ese chasco, la idea de mi programa de radio voló
más rápido que ninguno de los aviones que vi despegar aquel verano.
Con estos antecedentes entenderéis que el primer día que
escuché a las chicas de Ibiza Family Magazine decir mi nombre por la radio, me ruborizara,
aun estando sola en casa. Mi mente imaginó que eso sonaba en radios de coches,
de tiendas, de oficinas, incluso en un transistor frente a un gran ventanal junto a
una mujer tricotante… ¡Qué impresión!
A “Ibiza Family Magazine” le auguro una larga vida. Está
hecho con amor, con buenas ideas, con alegría y con empuje. Una página así es
algo que hacía mucha falta en la isla. Tienen sugerencias, manualidades, información
de tiendas, restaurantes, excursiones… Enseñan
la Ibiza de andar por casa, la que mucha gente cree que ni siquiera existe.
En cuanto a mí, me conformaré con escribir. Por ahora,
escribiendo, no se me ha cerrado nunca la tráquea.
Aquí os dejo el enlace a la página: