lunes, 2 de julio de 2012

Hay vasos que se suicidan

Hay vasos que se suicidan.

Hoy uno me ha mirado fijamente, serio, quieto, ahí, al borde del fregadero. Primero pensé que quería ligar conmigo, pero me extrañó, así con delantal y guantes no estoy precisamente mona. Después pensé que quizás quería simplemente hablar, pero le notaba demasiado serio. La verdad es que me estaba asustando, me incomodaba y sin dejar de mirarme fijamente y sin pestañear, zas, se ha lanzado al vacio. Se me ha agarrotado el corazón, se me ha acelerado el pulso, intenté pillarle al vuelo, pero no he llegado a tiempo. Cuestión de milésimas de segundo. Ha sido inevitable.


Qué desolador. No somos nadie. Aunque, todo sea dicho, me cagué un poco en varias cosas pensando en cómo recoger los cristales puntiagudos mezclados con la espuma del Fairy y los restos de lechuga dichosos que siempre atoran el desagüe. Un lío, un lío.


Pero es que no lo entiendo. No había dado síntomas de tristeza ni de nada. Vale que ayer hizo doblete, primero contuvo leche y por la noche un gintonic. No es para tanto, ni que fuera de cristal de Bohemia, digo. Vaya ínfulas que tiene la gente. No estoy yo fregando?!

Es cierto que el agua le gustaba. Se le veía así como más fresco, más natural. 


El caso es que los vasos ya no son lo que eran. Todo va cambiando, ya nada es lo mismo. Algunas cosas dicen que a mejor, otras, yo veo que a peor. Recuerdo unos maravillosos vasos amarillos, no, de color miel, que eran tochos, tochos. Mi madre se negaba a comprarlos, decía que no eran finos. A mí me encantaban. Mi tía, que era menos fina, sí los tenía. Claro que también tenía siete hijos.
Esos vasos morían de viejos o por accidente. Nada de suicidios ni ñoñerías. Esos vasos se caían y rebotaban en el suelo. Eran fuertes, podían con todo. Estaban a lo que estaban.



Otros que me encantaban eran los de Nocilla. Pero tampoco los había en casa. Mi madre se negaba a comprarnos “eso” para merendar. Qué feliz mi amiga Maricarmenladenfrente (así todo junto) en su casa había Nocilla y pan de molde. En la mía el pan tenía que crujir. Ella sí que tenía vasos de Nocilla, a puñaos!



Eso sí, odio los vasos de tubo. Los odio. Dadme vasos gordos, finos, horteras, pintados, cuadrados, ovoides, lo que queráis, pero de tubo NO. Se queda la nariz fuera y no hueles lo que bebes. El hielo o el limón se te inca en el labio superior, te moja, se te borra la barra de labios. Un desastre. Que no, que no me gustan. En mi casa no entran y en los bares ya especifico que no me lo pongan. Los más bajitos, así para caña, vale. Pero los largos de tubo NO. Son útiles para las pistas de baile de las discotecas, es verdad. Pones el meñique en la base y no te lo mueve nadie. Pero para estar sentado son espantosos.
Como entre uno en mi casa mira, a ese, ya le suicido Yo.