sábado, 17 de marzo de 2012

Esa Máquina tan Mágica


Vivo en un valle al noroeste de una pequeña isla del Mediterráneo. Aquí la vida pasa en calma, al ritmo del sol. 

Algunos días al año, muy pocos, se ve la península en el horizonte. Es una franja estrechita, de color azulado, posada en una parte de la línea que separa el mar del cielo. Para los que vivimos en este valle, el mundo es algo que está muy lejos.

Aquí nació Toni Fill (Toni Hijo). Le llamamos así para diferenciarlo de su padre que también se llama Toni y, cómo no, le llamamos Toni Padre. Casi todos se llaman Toni y casi todas se llaman Antonia.
Toni Fill conoce el valle al dedillo. Cada campo, cada casa, cada árbol incluso cada coche que transita por aquí. Todo lo mecánico le encanta y siempre anda liado con los tractores y los arados y los motores…

Toni Fill y sus máquinas
 Cuando tuvimos internet en casa, que increíblemente llegó antes que el teléfono pero esa es otra historia que ya contaré, le pareció muy curioso eso de los ordenadores.

Una tarde, como muchas, vino a charlar un rato. Justo estábamos buscando en Google Earth un lugar en Australia donde estaba un amigo viajero. Lo estuvo viendo con nosotros  sin decir nada, en silencio, prestando mucha atención, pero sin asombro.  “Toni, con esto podemos ir a donde quieras.  ¿A qué sitio del mundo te gustaría ir?” sin dudar un instante contestó  “Aquí, al valle”. 

Fuimos girando el globo terráqueo hasta llegar a España, concentrando la imagen hasta la isla y concentrándola más aún hasta ver el valle. En cuanto lo vio nos fue dirigiendo por la carretera, como si fuéramos en coche. “Coge a la izquierda, sigue… !Ya!” Habíamos llegado a casa. Nos reímos los tres a carcajadas. La foto había sido tomada un día que estaba descargando el camión del agua.  Allí estaba “Pepe el del agua” tan gordote. Se le veía perfectamente. Quien le iba a decir a Pepe que un satélite le estaba inmortalizando aquel agosto de aquel año tan seco en el que el pobre no paraba de llenar pozos.

Toni siguió dirigiéndonos por la carreterita que circunda el valle, hasta los terrenos de su padre. “Coge por aquí, sigue recto, gira a la derecha, a ver…. !Para! ¿Se puede ver mejor?”  Concentramos la imagen al máximo. Se acercó más a la pantalla, miró muy atento, muy serio, casi un poco preocupado y empezó a contar “Uno, dos, tres….veinte….” siguió contando y de pronto levantó la voz diciendo “Se lo dije a mi padre. -  !Se te han muerto unos olivos! -  y él empeñado en que no” . Nos quedamos en silencio.  Acabábamos de estrenar internet y él ya le había sacado más partido que ninguno de nosotros.
Me pareció todo tan tierno, tan la vida, tan terrenal que Australia se fue más lejos que nunca, tanto como Marte o Júpiter.  
El mundo es eso que está lejos, muy lejos.

Al cabo de muchos días, estaba sola en casa, sentada en el porche y apareció Toni Padre.
“¿Que estás sola?”  (Aquí se usa el “que”  al principio de algunas preguntas. También, siendo hombre, se  procura no entrar en la casa “si s’home no hi és i està sola sa dona” - si el hombre no está y está sola la mujer)  “Sí, estoy sola ¿Por qué, Toni?, ¿Necesitabas algo?”  “Noooo….. qué vaaaa!..... Ya volveré en otro momento…... “  .  Él, como siempre, miraba a cualquier cosa menos a mí y yo, como siempre, le miraba a él. Insistí “¿De verdad que no quieres nada? ¿Pasa algo?”  Prolongó mucho el no queriendo quitar importancia a su visita “Noooooooo…..  Si era sólo por ver la maquina esa que tenéis”  No entendí y pregunte extrañada  “¿Qué máquina, Toni?” 
La Máquina de Contar Olivos ………….. pero ya volveré en otro momento”.

Y ahí me dejó, sentada en el porche, con una sonrisa en el alma y la maravillosa sensación de tener  en casa "Esa máquina tan mágica".

jueves, 8 de marzo de 2012

Adiós, no pienso volver


Una mañana, después de una discusión ni más ni menos importante, ni más ni menos desagradable que cualquiera de las miles que eran habituales en el departamento donde trabajaba desde hacía unos doce años, recogí algunas de mis cosas y salí por la puerta de aquel nuevo edificio que la empresa  había estrenado con ínfulas de nuevo rico. Sin echar la vista atrás, dije  “Adiós, no pienso volver”. 
Nunca volví.

Resultó ser un 8 de Marzo “Día de la Mujer Trabajadora”.  Ironías de la vida.



                    Toni Fill, Luna, el tractor y yo

Desde entonces soy ama de casa. No tengo día libre, ni puentes, ni vacaciones pagadas, ni baja por enfermedad. Aquí no hay hora de entrada ni de salida. Tampoco tengo a nadie que me mande, ni que me humille, ni que abuse de su poder, ni que me exija nada.
Ahora organizo el día a mi gusto, a mi ritmo.
Ahora incluso me dan las gracias por las cosas que hago, me felicitan, tienen en cuenta mi labor.

He ganado en libertad, en salud, en tranquilidad y en felicidad.
Eso sí, desde que no trabajo, no paro de trabajar!


(Éste texto va dedicado a toda esa gente mediocre que por tener un despacho y  una tarjeta de visita en la que pone “director” quieren hacer creer que son algo, que son alguien. Digo “quieren hacer creer” porque ellos saben perfectamente la poca cosa que son.)

viernes, 2 de marzo de 2012

La puerta del Jardín y los manteles

De vez en cuando, a veces, siento melancolía o busco sentirla.  Entonces me voy a mi niñez.

Aparezco en la puerta del jardín de delante. Estoy subida al travesaño, con los pies metidos entre las tabillas verticales de madera pintada de blanco. Con una mano me empujo para ir hacia atrás y bajando un pie al suelo, me empujo hacia delante.  Si me impulso con fuerza, la espalda me choca contra la hiedra. Me hace cosquillas y me gusta el olor.  Voy y vengo, con la mente en algún sueño e inventándome canciones.

Hace sol. Es mediodía. Me llama mamá, pero  me hago la remolona. Sé que debo entrar a poner la mesa. Me gusta ponerla y la pongo muy bien, pero jo, estoy tan a gusto…

Dentro es un no parar de gente. Todos hablan, todos ríen, todos se mueven, hay música de fondo. La cocina está llena de cacharros, cacerolas, ruido, sol y olor a comida recién hecha.

El comedor está más tranquilo. El reloj de cuco me mira y me mete prisa. ¡En cuanto la aguja larga suba un poco más, van a ser las tres! Pero sé que hoy no hay prisa. Es sábado y papá llegó hace rato con los periódicos y una tarta de queso.  En la sobremesa usaremos el cordel blanco de la pastelería para hacer mil y un trucos. Me encanta cuando lo ata a una cuchara sopera y al chocarla contra la mesa escucho las campanadas de una iglesia. Me gusta tanto  verle feliz, sin prisa. Verle sonreír con esa boca tan grande.  Me gustan sus dientes. Esos dientes que cepilla después de cada comida.

“Mamá, ¿Qué mantel pongo?”
 Dice que lo elija yo. Sonrío.

Están perfectamente doblados y planchados y huelen tan bien…  Los miro y los miro, levantándolos un poco, con los dedos, para no estropear la torre. Me los sé de memoria, pero si no los veo uno a uno, no sé elegir. Hoy pondré el ovalado de flores en tonos pastel.  El color verde de las hojas y del ribete me devuelve al jardín.
Lo más complicado, siempre, es saber cuántos somos hoy.  No paran de moverse.  Debí contarlos cuando entraban por la puerta del jardín, pero  jo, estaba tan a gusto…